MILEI (Mi-ley): LA LIBERTAD NEGATIVA
- martinmezza
- 17 de out. de 2023
- 6 min de leitura

Parto de la idea, del homenaje a Edgard Morin, de que se trata de un fenómeno complejo. Descarto cualquier reduccionismo y especialmente el economicista de inspiración marxista – “el asenso de la extrema derecha se explica por la grave situación económica”. Para hacer lugar a esta idea no hace falta, aunque nunca es de más, recurrir al conocimiento histórico que hemos acumulado sobre el fascismo. Basta con ver lo que pasa en la actualidad, por ejemplo, en España, por mencionar apenas un hecho que contradice el absolutismo del homo economicus. Sin embargo, la mayor prueba de que se trata de un fenómeno complejo viene de la incomprensión indignada: “¿Pero cómo puede ser que muchos de sus votantes no estén de acuerdo con varias de sus propuestas? ¿Por qué ese desacuerdo no hace obstáculo al voto? – a la intención de voto habría que decir por el momento.
No se puede soslayar que este interrogante se realiza desde el ideal de un sujeto racional y de un mundo unitario. Desde allí, se desconoce la estructura de la subjetividad de buena parte de nuestra modernidad y también de la posmodernidad: un sujeto dividido, fragmentado. Se desconoce lo más íntimo de nuestra cotidianidad, es decir, nuestras vidas repletas de hibridismo, negociaciones y traducciones con la alteridad. Y como todo interrogante que se precie de sí, ya tiene su respuesta. En este caso, se dice: “la gente está cansada, decepcionada, quiere un cambio”. Esta explicación puede tocar algo de lo real en juego, pero de ningún modo alcanza todas las dimensiones del fenómeno. No deja de ser una explicación débil y para demostrarlo, basta con preguntarse: ¿Si es una cuestión de cansancio, porque no volcarse a las diversas opciones de izquierda tan novedosas en materia de gestión como críticas a los gobiernos precedentes?
¿De qué se trata el fenómeno Mi-ley? Ya anuncié que es un fenómeno complejo y con ello también declaro mi incompetencia para abordarlo en toda su complejidad. Pero eso no me impide, una vez que reconozco los límites de mi lectura, intentar aportar alguna luz sobre una de las dimensiones que componen dicho fenómeno. De esa manera, propongo que en el nombre propio del fenómeno (Milei/Mi-ley – la libertad avanza) se encuentra cifrada la explicación de una dimensión fundamental: la dimensión subjetiva o moral. El discurso en clave política (anti casta) o en clave economicista (dolarizar, libertad de mercado, etc.), se articula perfectamente a la concepción filosófica, moral y subjetiva de un liberalismo, que llevado al extremo, se confunde con una metafísica solipsista, una subjetividad loca y una política posfascista. El enunciado es: “la libertad como respeto irrestricto del proyecto de vida del prójimo”. Pero la enunciación, lo que se dice y escucha es: la voluntad irrestricta – la dictadura – del individuo. Y este mensaje es difundido por diversos canales, inclusive el de la patética performance del candidato que no duda en empuñar una motosierra, en confesarse pirómano o, en descalificar al otro con impostados ataques de ira. Frente a la voluntad del individuo, ante Mi-ley, ante la ley de mi corazón, ningún obstáculo es admitido, llamen a esto Estado, el prójimo, la descendencia, el órgano, o la vida.
Se podría decir que estamos presenciando sino la tercera ola de la revolución antropológica del individualismo, al menos un nuevo forma. La primera ola quedó asociada para siempre al proyecto iluminista de los siglos XVII y XVIII. La misma, a partir de una determinada visión científica, objetivadora y utilitarista, produjo la universalidad y autonomía del hombre, al mismo tiempo que el desencanto del mundo. Ya la segunda revolución individualista, se remonta al romanticismo del siglo XIX, donde el individuo universal y autónomo da un paso hacia la excepcionalidad. Ahora la libertad se alcanza al ser un individuo singular e insustituible. De esta experiencia, tenemos muchos registros:
. “La sociedad de individuos”, de Norbert Elias, revela el funcionamiento de un pensamiento que apenas refleja la estructura espacial de la consciencia. Los individuos se identifican con algo autentico y puro dentro de sí, para sólo después relacionarse con los otros.
· En “The closing of the american mind”, de Allan Bloom, se identifica un “relativismo acomodaticio” como marca de la juventud estadounidense. Una posición subjetiva de respeto extremo de los valores y formas de vida de los otros, que llega a la paradoja de impedir cualquier diálogo o ayuda por sentirse como una interferencia.
· Los famosos trabajos de Christopher Lasch, “La cultura del narcisismo” y “The minimal self”, donde se narra el egoísmo y el carácter llano de la vida de los sujetos identificados con posiciones narcisistas.
· “La era do vacio”, de Gilles Lipovetsky, destaca la falta de transcendencia política, religiosa, histórica o de cualquier otro tipo, de las vidas centradas en el “Yo”.
· Y el diagnóstico de Lacan, donde la promoción del “Yo” en la existencia, bajo una concepción utilitarista, lleva al hombre a realizarse como individuo aislado anímicamente y cada vez más próximo de su abandonado original.
Esas son apenas algunas de las descripciones del individualismo contemporáneo, que o filósofo Charles Taylor entiende como efecto del funcionamiento degradado del ideal de autenticidad: finalidad de expresar su forma original, singular e irrepetible, a partir apenas de la voluntad individual, libre de influencia externa y prescindiendo de cualquier reconocimiento. Es decir, una libertad negativa – así se la considera en filosofía – que cada vez soporta menos obstáculos y de ese modo se aísla en su vacía soledad.
Pero la tercera ola individualista, parece llevar esa moral kantiana, esa radicalización de la libertad, hasta la extinción del Otro. El liberalismo posfascista ya no se contenta con la excepcionalidad, con no ser obstaculizado o interferido. Sus estrategias no apuntan apenas al Otro ya existente, la tradición (la casta). Sus tácticas ya no son las del distanciamiento, del aislamiento o de la exclusividad. Ahora, avanza hacia toda forma de alteridad – su obstáculo –, ya sea previa (la casta) o por venir. No puede haber patria, no puede haber ninguna organización, ninguna solidaridad, que haga sombra a la voluntad del “Yo”. La novedad política, su táctica, es sumar cada vez más unos (yoes) para no dejar espacio donde pueda alojarse la alteridad.
Está claro que esta situación puede entenderse como una patología de lo social y, por tanto, encontrar traducciones sintomáticas, sufrimientos individuales. Debido a mi posición como psicoanalistas y como intelectual orgánico de la reforma psiquiátrica, no puedo acompañar a mis colegas y a los periodistas que, con intensiones nobles, acaban por engrosar la ancha avenida de la patologización o psiquiatrización de la vida cotidiana. Además, la idea de descalificar al candidato por padecer un supuesto “desequilibrio”o “trastorno”, no parece muy interesante, cuando la población mundial no duda en reconocerse en alguna de las tantas categorías psiquiátricas. Algo de esto esbozó un reconocido periodista para explicar la identificación de la población con el candidato.
No creo que sea este el mejor camino. Pero para quien quiera pensar con más elementos, no está de más saber que la libertad negativa, o mejor dicho, su radicalización mediante el individualismo absoluto, ya había sido diagnosticada por un joven Hegel como una posición subjetiva loca da modernidad occidental. Y fue el psicoanalista Jacques Lacan, quien retomó y elaboró teóricamente este individualismo loco, sin necesidad de patologizarlo. La locura, es una de las formas más normales de la personalidad, ya que se trata de las relaciones entre el sujeto y sus ideales. Esto es lo que quiere decir la famosa frase: “si un hombre cualquiera se cree Rey, está loco. Pero no lo está menos el Rey que se cree Rey”. Se trata de la seducción que los ideales (la liberta de mercado en este caso) ejercen sobre el ser al “liberarlo” de los matices, las contradicciones, los conflictos, de la vida en sociedad. Por eso, lejos de la locura ser un insulto para la libertad, es su más fiel compañera.
Esta es la libertad (negativa) que avanza. La posición subjetiva que seduce al ser y lo enloquece al proponerle como única ley la de su corazón, la de su voluntad. Ante este contexto, no creo que la estrategia más interesante sea un discurso patologizante o un discurso colectivista que desemboque en el elogio del renunciamiento. Antes que esto, vale un esfuerzo por iluminar, sin medicalizar, los sufrimientos cotidianos de desamparo y abandono que implica la radicalización del individualismo radical: las formas de desrealización del otro y el mundo, la producción de un psiquismo contrario al juicio lógico y a la moral, que acaban por abrir las puertas para la producción de un fascista, un imbécil o un trapacero, como ya diagnosticado oportunamente por Jacques Lacan.
No se trataría de formular un discurso que parezca ir en contra de la libertad, por asegurar algún bien social. Al contrario, se trata de no dejar a la libertad negativa (el mercado, la ley del corazón, la voluntad) de jactarse de ser la única libertad. No es contra la libertad y si contra el absolutismo. Hay que recordar, transmitir, que esa libertad (negativa) que se propone como salvación, en realidad es la atomización social, la libertad que lleva a una lucha a muerte de todos contra todos y a una profunda soledad. Que hay una forma social de libertad, positiva o reflexiva, que incluye, reconoce, que no elimina, la particularidad y con ella, los obstáculos cotidianos como una parte esencial de nuestro camino. Pero también, una libertad social que se caracteriza por formas colectivas de existencia articuladas a las organizaciones o instituciones sociales – esas que se quieren eliminar. Hay que recordar, que la forma más elevada de libertad es aquella que se alcanza en el – reconocimiento – otro, con el otro. Y esto, para que no se nos proponga como novedad la más simploide, primaria y dañina forma de libertad.
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